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Los pastores entran en la Academia

08/05/2019LeónDiario de León

Manuel R. Pascual, veterinario e investigador, ingresa en la Academia de Ciencias Veterinarias de Castilla y León. MARCIANO PÉREZ

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Las cabañas de Negrete, El Escorial y Paular producían la lana más fina y demandada internacionalmente. Estos rebaños acudían habitualmente durante el verano a los agostaderos de la montaña leonesa. De estas ganaderías salieron las merinas que Carlos III y Carlos IV autorizaron a salir de España para Holanda, Francia e Inglaterra en los siglos XVIII y XIX.

De Holanda salieron las primeras ovejas del continente europeo rumbo a Ciudad del Cabo, que entonces era su colonia. «Dos carneros y cuatro ovejas del más puro origen de El Escorial, descendientes directos de los cedidos por el rey de España».

Con estos merinos, el coronel coronel Robert Jacob Gordon funda la histórica cabaña en su granja de ‘Groenkloof’ a unos 35 km de la hoy capital surafricana. En 1791, el coronel recibe la orden de retornar al continente los reproductores, y así lo hace. Pero quedó su descendencia.

Cuando en 1796 el gobernador de Australia ante la carestía de alimentos, envía un par de navíos a la Ciudad del Cabo en busca de víveres para la colonia penal, se encuentran con que la ciudad había sido tomada por la corona británica y que el coronel Gordon se había suicidado, pero su viuda «vendió un lote de sus ovejas de origen El Escorial a varios oficiales, que lo llevan a Australia, desembarcando en 1797, en Port Jackson (actual Sídney), sólo 5 carneros y 7-8 ovejas con vida», explica Manuel Rodríguez Pascual.

Este veterinario, antiguo investigador del CSIC, que hoy ingresa en la Academia de las Ciencias Veterinarias, ha reconstruido paso a paso la llegada de las merinas a las Antípodas hace 200 años. Y propone que León aprenda de su modo de seleccionar la lana. «El esfuerzo realizado por los criadores australianos de merino puede ser un ejemplo a imitar por nosotros», apunta.

Y aún más. Plantea que las merinas australianas realicen ahora un viaje de vuelta a las montañas y riberas leonesas. Propone que se aproveche «la genética y la experiencia de los criadores australianos», por un lado, y «la cultura y conocimiento del medio de los pastores leoneses», para, con la colaboración de Universidades y organismos públicos de investigación «podamos volver a producir en un plazo razonable lo que nunca debimos perder, la lana fina de calidad» a través de «proyectos específicos bien dotados económicamente».

Los primeros ejemplares que llegaron a Australia hace 200 años fueron vendidos a John Macarthur y Samuel Marsden, entre otros criadores. Pero fue Macarthur quien apostó por las merinas y quien surcó los mares y una distancia de 30.000 kilómetros para llevar a Australia otro lote que adquirió en pública subasta en Londres, a donde fue enviado para ser juzgado.

Macarthur era un penado que había llegado al continente en 1793 junto con su mujer, Elizabeth, y su hijo. Durante su estancia en Londres «se dio cuenta de la se dio cuenta de la importancia que para la colonia podría tener la cría del merino y la producción de lana de calidad tan demandada en la metrópoli».

Al final, «sólo 5 carneros y 1 oveja llegarían con vida a su granja ‘Elizabeth’ en Parramatta. Estos ejemplares de pura sangre Negrete, junto con los adquiridos (en 1797 y 1800), procedentes del coronel Gordon de origen El Escorial, serían la base del famoso plantel de Camden Park», comenta Pascual, que hoy dedica su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Veterinarias a La lana leonesa para los telares europeos y merinas hacia las Antípodas.

También Marsden constribuyó a ampliar la presencia del merino de origen leonés en Australia. «En 1805 viaja a Inglaterra y lleva con él muestras de lana fina obtenidas con sus ovejas cruzadas; es recibido por el rey y de vuelta a Australia, en 1810, trae con él un carnero y cuatro ovejas (más dos corderos nacidos en el viaje) de puro origen El Paular, del rebaño español de Jorge III; son los primeros ejemplares de esta cabaña que alcanzan el nuevo continente», explica.

En 1850, Australia suministraba ya la mitad de las necesidades de la industria lanera Británica. La lana, cuenta, «fue la principal exportación de Australia, sobre todo desde 1820 hasta 1950, reemplazando en 1835 a la potente industria ballenera (producción de aceite) y de caza de focas (pieles)».

En la actualidad, China es el principal productor mundial de lana y también importador, seguido por Australia (360.000 toneladas) y Nueva Zelanda, que con 4,5 millones de habitantes mantiene un censo de 30 millones de ovejas (165.000 toneladas de lana). Estos tres países producen casi la mitad de la lana mundial.

Sin embargo, Australia produce el 88% de la lana fina (< 19,5 micras) y superfina de merina del mundo, y el 12% restante se distribuye en partes iguales entre Nueva Zelanda, Sudáfrica, y Argentina. En las Antípodas han conseguido la calidad más elevada de lana y son un referente mundial tras realizar procesos de adaptación al clima y suelo del continente australiano, incluso a los más extremos de sequía y aridez.

«Sin embargo, en nuestro país, con unos pastos mucho más productivos y nutritivos, sobre todo en las montañas de la mitad septentrional de la Península, no encontramos soluciones estables y abandonamos paulatinamente los recursos naturales y los pueblos», lamenta.

Manuel Rodríguez sostiene que la lana «como producto natural y sostenible, es la fibra que tiene mejor futuro y muchos de nuestros pueblos, a través de ella, con una ganadería extensiva bien planificada y tecnificada, pueden tener su segunda oportunidad, y así paliar la despoblación que nos atenaza e invade».

La clave está también en lo que hace unos años decía Laura Boldi, de una prestigiosa familia de fabricantes de hilados para tejer a mano, de Verrone (Biella) en el norte de Italia, en una visita que realizó a Babia. «Nos comentaba que la lana leonesa, en la actualidad, no va a poder competir en finura y precio con las lanas australianas. En cambio, «sí podría hacerlo con una lana que tiene detrás una historia y una cultura de más de siete siglos ligada a la trashumancia», resalta Manuel Rodríguez Pascual.

Parece una utopía, admite, pero ya ha empezado a hacerla realidad el proyecto de Made in Slow de Alberto Díaz, que aúna calidad con cultura e historia.

 

 

 

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