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Las mujeres que hallaron al ser humano mirando a los ojos de otros simios

19/04/2018El País

Fossey tomaba notas muy meticulosas sobre la salud, relaciones y actividades de cada gorila. En vídeo, tráiler del documental 'Jane' de National Geographic. Foto: ROBERT I.M. CAMPBELL (CORTESÍA DE NATIONAL GEOGRAPHIC) | Vídeo: NATIONAL GEOGRAPHIC

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Cuando el famoso antropólogo Louis Leakey se proponía fichar a una mujer para que fuera a las montañas centroafricanas a estudiar a los gorilas, advirtió a la candidata Dian Fossey de que tendría que hacerse extirpar el apéndice. Seis semanas después, Fossey recibió una carta de Leakey: “Realmente no hay ninguna necesidad urgente de que le quiten su apéndice. ¡Es solo mi manera de evaluar la determinación de los solicitantes!". Para entonces, Fossey ya no tenía apéndice, porque se había operado unos días antes. “Esta fue mi primera introducción al sentido de humor único del Dr. Leakey”, escribía Fossey en su mítico Gorilas en la niebla, el libro que luego se haría cine con el rostro de Sigourney Weaver.


Leakey consideraba que las mujeres estaban mejor preparadas para la primatología por su “empatía, paciencia y perspicacia”

 

La determinación de Fossey cambiaría nuestra forma de ver a los gorilas, del mismo modo que la de Jane Goodall lo hizo con la de los chimpancés. Pero también nos descubrieron verdades sobre nosotros mismos. Cuando Goodall anunció al mundo que los chimpancés también usaban herramientas, obligaba a redefinir lo que se entendía por ser humano. Mientras Fossey nos mostraba que los gorilas eran tan familiares como nosotros, y no unos violentos king-kones, Goodall nos estremecía al contarnos que los chimpancés son tan sanguinarios y crueles como los humanos.


National Geographic nos ha regalado estos días sendos documentales sobre Goodall (Jane) y Fossey (Dian Fossey: Mi vida entre gorilas) y nos permite así recuperar a estas dos legendarias científicas, revolucionarias en sus campos y titánicas luchadoras por la conservación.


Las dos recibieron la oportunidad de ir a África a estudiar chimpancés y gorilas por parte de Leakey, que consideraba que las mujeres estaban mejor preparadas para la primatología por su “empatía, paciencia y perspicacia”, en palabras del naturalista David Attenborough que recoge el documental sobre Fossey. Junto a Goodall y Fossey, Leakey también apadrinó la investigación con orangutanes de Biruté Galdikas, un formidable trío denominado las “trimates”.


“Afortunadamente, yo no había ido a la universidad”, defiende Goodall al explicar que los chimpancés sí eran capaces de sentir alegría, pena, miedo y celos


Los paralelismos en sus carreras van más allá del nombre de su padrino. Ninguna de las dos contaba con formación académica, algo que jugó en su favor. “Afortunadamente, yo no había ido a la universidad”, defiende Goodall al explicar que los chimpancés sí eran capaces de sentir alegría, pena, miedo y celos, emociones impensables para describir a unos animales, según los cánones. Pero ellas no los conocían y se agarraban a su pasión y a su envidiable intuición para conseguir acceder a los secretos de estos animales. Durante semanas y meses de frustración, se trabajaron la confianza de los sujetos de su estudio. Hasta que chimpancés y gorilas abrieron las palmas de sus manos hacia ellas, invitándolas a entrar en su mundo: “Un mundo mágico que ningún humano había explorado antes”, en palabras de Goodall.


Las dos acapararon titulares y portadas, pasaron interminables jornadas de soledad en la jungla, sufrieron el desprecio inicial de sus colegas y terminaron por entablar una relación muy personal con los animales que estudiaban: “Mi rigor científico se derrite”, contaba Fossey sobre sus gorilas. Tanto Goodall como Fossey se enamoraron de los fotógrafos que National Geographic envió para documentar su trabajo, Hugo van Lawick y Bob Campbell, respectivamente. Y las dos revolucionaron su disciplina, el enfoque del trabajo de campo y terminaron por convertirse en activistas de renombre para salvar a estas especies de la extinción.


Las mujeres nunca han tenido muchas oportunidades para aportar a la ciencia todo lo que querían, ya que han sufrido —y sufren— innumerables obstáculos en sus carreras en campos considerados “de hombres” por los propios hombres. Sin embargo, fue gracias a un brillante aluvión de primatólogas y antropólogas que empezamos a ensanchar el conocimiento sobre nuestra propia especie y la de nuestros primos los grandes simios, como explican S. García Dauder y Eulalia Pérez en Las mentiras científicas de las mujeres: “Pero lo más importante es que la incorporación de mujeres a la primatología supuso una reelaboración de la disciplina que muestra algo bastante aceptado hoy en día en historia y filosofía de la ciencia: lo que se elige como objeto de estudio puede influir enormemente en los resultados y contenidos de la investigación”.


Estas científicas entraron con una fuerza sobrehumana  en el estudio de los primates y cambiaron de arriba abajo unas disciplinas que estaban en pañales cuando llegaron


En efecto, estas científicas entraron con una fuerza sobrehumana en el estudio de los primates y cambiaron de arriba abajo unas disciplinas que estaban en pañales cuando llegaron. Goodall, Fossey y Galdikas, pero también Amy Parish con los bonobos y Jeanne Altmann con los papiones y también estableciendo las bases para la observación metodológica de los animales salvajes.


Fossey —“la mujer que vive sola en la montaña”— y Goodall han terminado con sus nombres ligados a la conservación de la naturaleza, aunque con muy distinta suerte. Goodall no pasa dos semanas en el mismo sitio, como embajadora de la naturaleza por todo el mundo. Fossey murió a machetazos en su cabaña en 1985, en oscuras circunstancias relacionadas con su enfrentamiento contra los furtivos y las autoridades que los amparaban. Su lucha es una guerra abierta tres décadas después, como mostró el genial documental Virunga, sobre las montañas en las que conoció a los gorilas y el incesante goteo de asesinatos de defensores de la naturaleza. En Virunga mataron la semana pasada a cinco guardabosques y asesinaron a un total de 197 activistas por el medio ambiente a lo largo de 2017. Pero si no hubiera sido por ellas, por su determinación, su ingenio y su ciencia, no sabríamos ni siquiera por lo que luchar y, probablemente, ya lo habríamos perdido.

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