Clínica de Emilia Sanz en Travessera de Gràcia, Barcelona.
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El Colegio de Veterinarios de Barcelona ha publicado una entrevista a la primera veterinaria en abrir una clínica en Barcelona, Emilia Sanz. Aunque no tenía tradición familiar, era una vocación que le venía desde muy pequeña, “con 4 o 5 años, ya perseguía gatos por la calle y en el bolso siempre me llevaba algún cachorro a casa. Mi padre, que calzaba un 43, tenía unas zapatillas forradas en las que yo siempre metía a los gatitos que recogía. En el pueblo donde veraneábamos, siempre me iba con el pastor y las ovejas en lugar de jugar con los niños en la plaza”, recuerda.
Sanz estudió del 72 al 77 en Madrid y se especializó en clínica tanto de grandes como pequeños animales. “En esa época, sólo podías elegir entre clínica, producción o bromatología”, confiesa. Cuando volvió a Barcelona al finalizar la carrera, empezó a hacer el doctorado en un departamento de la Politécnica que dirigía el dr. Puchal.
“Mientras en la carrera ya éramos varias mujeres, en este departamento era la única mujer, y después de unos meses trabajando sin cobrar y pese a mi expediente y puntuación, me dejaron claro que, si había una beca no sería para mí. Así que me enfadé y me fui. Entonces, me dediqué a hacer urgencias para la Residencia Canina Bonanova. No tenía contrato, ni Seguridad Social, ni un gran sueldo, pero sí conseguí la experiencia de trabajar todos los días con 300 perros”, explica la veterinaria.
Tras estas experiencias, se decidió a fundar su propia clínica tras ver un local que le gustó en la Travessera de Gràcia, “fui la primera mujer en abrir una clínica en Barcelona y sola: abría la puerta, cogía el teléfono, hacía los pedidos, atendía a los clientes, visitaba a los animales… Muchas veces cuando entraban en la clínica me decían: ‘Quiero hablar con el veterinario. Soy yo. No con usted no, con el veterinario’”.
Emilia Sanz cuenta que era el año 1978 y tenía 22 años, “me decían ‘¿qué pasa, que la veterinaria se da en un cursillo?”. También recuerdo que cuando había una cena de un laboratorio a mí no me invitaban porque ‘eres niña, y por supuesto, las conversaciones son diferentes’”.
“A veces llegaba a casa después de 14 horas trabajando, pensaba que quizás me había equivocado, pero siempre he sido luchadora y un poco rebelde, así que al día siguiente volvía con más fuerza. Era mujer, joven y sola. Tuve que luchar mucho, trabajar mucho, pero mucho… ¡estuve 11 años sin vacaciones! Pero poco a poco pude contratar a alguien y también venían a realizar prácticas. Por mi clínica ha pasado mucha, mucha gente. Y allí he estado hasta el final que la he traspasado al jubilarme”.
Sanz ha estado al frente de su clínica 46 años y asegura que “tengo la profesión más bonita del mundo”.
También hace hincapié en el esfuerzo que ha tenido que hacer su generación para reivindicar a la profesión veterinaria. “Por un lado, realizar una gran labor de educación. Éramos muy pocos y teníamos que concienciar y convencer al propietario de la necesidad de ir al veterinario, de realizar pruebas, de evaluar y tratar a los animales”.
Además de “trabajar con mínimos e inventar todo y, cuando digo inventar, quiero decir inventar. Ahora abres un cajón y tienes catéteres, suturas, de todo. Yo mi primer buster lo hice con un cubo de playa. Y sólo había un señor en toda Barcelona que hiciera análisis de sangre”.
PIONERA EN LA NORMALIZACIÓN DE PERROS LAZARILLOS
La veterinaria barcelonesa cuenta que un cliente suyo tenía un perro guía, “una vez que no pudo entrar en un hospital a ver a su madre enferma, tuvo que dejar al perro en el coche y el perro sufrió un golpe de calor y lamentablemente murió. Este hecho nos despertó una gran sensación de injusticia y juntos empezamos una importante lucha reivindicativa”.
Así, tras muchas batallas, en 1985 consiguieron un decreto ley pionero en Europa que permite la admisión de los perros lazarillos en cualquier espacio (taxis, bus, hoteles, hospitales…) excepto laboratorios y quirófanos. “Me siento muy orgullosa de lo que hicimos”.
Por último, lanza un mensaje a los jóvenes veterinarios, “cuando yo era joven no era lo mismo, pero ahora da igual que seas hombre o mujer. Lo importante es que sean buenas profesionales, valientes y leales con lo que piensan, que cuiden la profesión y disfruten tanto como yo la he disfrutado”.
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